por Diana Wechsler
A nadie se le escapa que el mundo está en cambio constante. Algunos lo explican a través de la postmodernidad, y su carga de ambivalencia, contradicción, velocidad, coexistencia de opuestos, etc.
Otros describen el nuevo paradigma en distintos ámbitos del quehacer humano, como la educación, la salud, la economía, las relaciones entre las personas, etc. y otros simplemente vivencian constantemente el cambio, a veces con fluidez y entrega, y otras con resistencia y dolor.
Las personas que estamos trabajando con el cuerpo como resultante de la historia, vemos que a través de su sintomatología el cuerpo expresa lo que la persona vive, y constituye la unidad biopsicosocial y espiritual que le permite conocerse y cambiar de acuerdo al nuevo lenguaje.
La maternidad, como entidad en sí misma, obviamente está influida por estos nuevos valores y cambios. Pero a «la maternidad», la habitan mujeres de carne y hueso que encarnan distintos arquetipos que el imaginario social espera o… no. Son mujeres con historia, su historia personal, y en el embarazo se encuentran con «su» otra historia, la historia de las hembras de la humanidad, la que viene de siglos y siglos y la poseen en su inconsciente.
En el embarazo el cuerpo se amplía, la percepción se amplía, todo el campo de experiencias se expande, si este nuevo cambio se acepta, estamos en los umbrales de un embarazo gozoso. Si no, otro es el planteo.
Y aquí nos encontramos con qué significa ser madre HOY. Por un lado, y como herencia judeo cristiana, se la idealiza, y desde ahí la madre será dulce, buena, sacrificada, incondicional. Por otro lado se la castiga con exigencias de una sociedad que se olvida que son madres y les exige en el trabajo, en el cuerpo, en el sostén, etc.
- Lo que actualmente vemos son mujeres que elijen no ser madres, otras que resuelven serlo, otras que atraviesan tratamientos de infertilidad con éxito, otras que adoptan, otras que son madres solas.
- También en edades dispares, como ocurre con el gran aumento de embarazadas adolescentes y madres de más de 40. Las familias ensambladas a veces experimentan padres y madres que son abuelos y padres al mismo tiempo.
Es decir, coexisten varios modelos, de más tradicionales a otros más en cambio.
Si a esto le sumamos el concepto del cuerpo que propone la sociedad actual, vemos que la contradicción es muy alta. A través del mito de la belleza y eterna juventud, donde lo valioso es ser joven, vital y bello, se da un mensaje que el embarazo no tenga su cuerpo, que no «se note», que no respete su inercia, energía y estética. Es un halago muy común el «qué bien estás, ni pareces embarazada». Y así como no tiene lugar en el cuerpo, tampoco lo tiene en la sociedad, donde se le pide que «sea vital» o sea que no descanse, que juegue a la superheroína, a que niegue su estado.
En este no encontrar su espacio, vemos que la embarazada feliz y plácida que los medios intentan mostrar, no coincide con la experiencia de miles de mujeres, privadas de su saber instintivo, sometidas a alto stress, confundidas en su potencialidad de hembras. Así como el arte afro muestra embarazadas llenas de dolor por parir a otro esclavo, las mujeres de hoy están llenas de temor por no saber qué premio o castigo la sociedad les devuelve. Con mensajes contradictorios, donde su cuerpo es manipulado y su ser dividido en arquetipos femeninos que no debieran ser excluyentes, como mujer-madre o mujer erótica, la sociedad sacraliza la maternidad pero castiga a las mujeres que tienen huella en el cuerpo.
Es nuestra tarea integrar los diferentes aspectos de la maternidad, para que cada vez más seres humanos sean recibidos al mundo con conciencia, respeto y amor.